Nuestra historia

 

Soy Domingo Corrales, el autor de esta página y protagonista de esta historia.

 

 

¿Mi profesión?

Tabernero.

Así me he definido siempre.

 

Desde que comencé con 8 años.
Subido a una caja de Bitter Kas (que eran las más pequeñas) para poder llegar al fregadero donde se lavaban los vasos de la Venta de carretera en la que mis padres se ganaban la vida.

Hoy ya he superado los 50, de vida.

Y los 40, de tabernero.

 

 

Presumo de golpes, guardo éxitos para seguir motivándome
y sigo esforzándome por ser aprendiz de mucho.

 

 

Esta es la historia de un tabernero.

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No fui torero, ni del Betis…
Fui tabernero.

 

Aunque hay que reconocer que el Betis me gusta más que los toros.

Como verás, en la década de los 70 los disfraces no eran de superhéroes.

No me sentaban mal, pero cuando me probé el de camarero, la pajarita se me quedó tatuada.

Hay una cosa que aprendí con esa edad en la que todo se fijaba en tu ADN.

Aprendí a ganarme la vida sirviendo a los demás.

Dentro y fuera de la barra.

Aquí te cuento lo de dentro, porque lo de fuera da para otra web…

Me explico.

Como era normal, mis padres no me pagaban nada por trabajar, el contrato era de sangre, la que corría por mis venas. 

Pero sí ganaba dinero…

 

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En aquella época, las propinas de los turistas eran un bien muy preciado.

Y aquel chavalillo de la pajarita no hacía más que ganarse el afecto de esos clientes que con cinco duros ya me hacían el más popular de las recreativas cuando repetía mis partidas del ComeCocos apurando mis propinas.

Me funcionaba lo de servir y agradar.

Aprendí a hacerlo de una forma tan natural, que 40 años después lo sigo intentando en mi restaurante.

Ahora las propinas vienen en forma de clientes que vuelven y aprecian ese trato familiar que les ofrecemos.

Han sido más de 20 proyectos de hostelería a lo largo de 4 décadas…

Una vida dedicada a ser tabernero.

Pero ahora, junto a mi mujer, Beatriz, hemos vuelto al origen, a imitar lo que hacía mi padre y mi madre en aquella modesta Venta de la carretera. Ahora damos vida a un pequeño restaurante, Mar de Gloria, donde como ellos me enseñaron, acortamos la distancia con nuestros clientes para convertirlos casi en familia. 

Algo que a lo largo del crecimiento de años atrás echábamos de menos.

Hace poco, la vida nos dio una oportunidad donde todo el mundo veía una crisis.

La oportunidad venía disfrazada del fantasma del Covid que zarandeó nuestros proyectos hosteleros, y que de una forma u otra, nos obligó a cerrar los 7 establecimientos que teníamos abiertos.

Gracias a eso, hoy podemos estar en un lugar que nunca debimos abandonar y al que suspiraba por volver.

Hoy disfrutamos atendiendo como lo haríamos con nuestra propia familia.

Cuerpo a cuerpo, como lo hacía aquel niño de la pajarita, que siempre fue tabernero y hoy cocina para ti en Mar de Gloria.